Argumentación y contraargumentación
Todo texto de carácter argumentativo presenta una opinión o tesis que se va validando de manera progresiva y gradual a través de una serie de argumentos. Como su propósito es convencer, siempre debe considerar a su receptor para elegir las premisas adecuadas y articularlas de manera convincente. Solo de este modo, tras leer o escuchar el texto, el destinatario se adherirá a la opinión defendida. Ahora bien, no todas las argumentaciones consideran esta organización secuencial, donde se suceden razones en favor de una tesis (o viceversa). El emisor de un texto argumentativo, también puede incluir ideas contrarias a la suya para tener ocasión de refutarlas y demostrar así la superioridad de las suyas. Sobre estas formas de argumentación (secuencial y dialéctica) hablaremos en esta oportunidad.
Tipos de argumentación
Al tratar un asunto controversial, es decir, sobre el que no hay consenso, quien argumenta debe valerse de una serie de herramientas para demostrar la fuerza de sus ideas y lograr la adhesión de sus destinatarios.
Como ya sabes, esto puede hacerlo de dos formas. La primera, denominada argumentación secuencial, presenta una opinión o tesis que se valida a través de una serie de elementos probatorios de carácter argumentativo. Es decir, todo el discurso del emisor gira en torno a las proposiciones que cree hacen verdadero o lógico su punto de vista.
Pero además, el emisor de un texto argumentativo puede realizar una argumentación dialéctica, incorporando a su propio razonamiento opiniones contrarias a la suya. En este caso, su objetivo es presentar a su destinatario otra mirada sobre el asunto tratado. Con ello, no solo aprovecha la oportunidad de rebatir o impugnar ideas contrarias, sino que además se adelanta a posibles reparos que podrían presentarse en el receptor al leerlo o escucharlo.
Si bien toda argumentación reviste cierta complejidad, la dialéctica es especialmente difícil pues implica un conocimiento cabal del asunto tratado. De otro modo, la incorporación de nuevos puntos de vistas podría restar fuerza a las ideas propias.
Por supuesto, ello no quiere decir que no debamos explorar otras posibilidades de entender y explicar los fenómenos complejos que nos rodean; por el contrario, ello enriquece nuestra mirada sobre el mundo. Tampoco debemos temer cambiar de idea o modificar nuestras opiniones: cuando un argumento es válido es meritorio reconocerlo, porque además de adherirnos a una idea que nos convence, demostramos madurez, flexibilidad y buena voluntad.
A lo que nos referimos, más bien, es a la necesidad de explorar la validez de nuestra tesis frente a la contratesis (u opinión contraria) que queremos refutar, y la fuerza de nuestros argumentos frente a los contraargumentos que sostienen la opinión contraria. También es preciso evaluar en perspectiva la coherencia de la totalidad de la estructura.
Todo texto de carácter argumentativo presenta una opinión o tesis que se va validando de manera progresiva y gradual a través de una serie de argumentos. Como su propósito es convencer, siempre debe considerar a su receptor para elegir las premisas adecuadas y articularlas de manera convincente. Solo de este modo, tras leer o escuchar el texto, el destinatario se adherirá a la opinión defendida. Ahora bien, no todas las argumentaciones consideran esta organización secuencial, donde se suceden razones en favor de una tesis (o viceversa). El emisor de un texto argumentativo, también puede incluir ideas contrarias a la suya para tener ocasión de refutarlas y demostrar así la superioridad de las suyas. Sobre estas formas de argumentación (secuencial y dialéctica) hablaremos en esta oportunidad.
Tipos de argumentación
Al tratar un asunto controversial, es decir, sobre el que no hay consenso, quien argumenta debe valerse de una serie de herramientas para demostrar la fuerza de sus ideas y lograr la adhesión de sus destinatarios.
Como ya sabes, esto puede hacerlo de dos formas. La primera, denominada argumentación secuencial, presenta una opinión o tesis que se valida a través de una serie de elementos probatorios de carácter argumentativo. Es decir, todo el discurso del emisor gira en torno a las proposiciones que cree hacen verdadero o lógico su punto de vista.
Pero además, el emisor de un texto argumentativo puede realizar una argumentación dialéctica, incorporando a su propio razonamiento opiniones contrarias a la suya. En este caso, su objetivo es presentar a su destinatario otra mirada sobre el asunto tratado. Con ello, no solo aprovecha la oportunidad de rebatir o impugnar ideas contrarias, sino que además se adelanta a posibles reparos que podrían presentarse en el receptor al leerlo o escucharlo.
Si bien toda argumentación reviste cierta complejidad, la dialéctica es especialmente difícil pues implica un conocimiento cabal del asunto tratado. De otro modo, la incorporación de nuevos puntos de vistas podría restar fuerza a las ideas propias.
Por supuesto, ello no quiere decir que no debamos explorar otras posibilidades de entender y explicar los fenómenos complejos que nos rodean; por el contrario, ello enriquece nuestra mirada sobre el mundo. Tampoco debemos temer cambiar de idea o modificar nuestras opiniones: cuando un argumento es válido es meritorio reconocerlo, porque además de adherirnos a una idea que nos convence, demostramos madurez, flexibilidad y buena voluntad.
A lo que nos referimos, más bien, es a la necesidad de explorar la validez de nuestra tesis frente a la contratesis (u opinión contraria) que queremos refutar, y la fuerza de nuestros argumentos frente a los contraargumentos que sostienen la opinión contraria. También es preciso evaluar en perspectiva la coherencia de la totalidad de la estructura.